N/A: Esta historia fue escrita para el 12vo reto literario del foro mundoyaoi.
La temática es simple: "Comedia Romántica" y de contenido yaoi, es decir, homosexual. Por eso, como única advertencia he de decir que este escrito relata la historia de dos hombres que se hacen pareja. One-shot.
¡Ah!, cierto, me di la libertad de usar muchos modismos a la hora de
escribir, espero que en los asteriscos al final quede claro el texto y
si me faltó una me mandan un PM y lo corrijo.
Dedicado a
mi perrita de 15 años que se murió hace una semana, y un agradecimiento
especial a mi profesor Álvaro que gracias a sus comentarios random se me
ocurrió cómo desarrollar la historia :)
Resumen: Gracias a un perro, León conoció a su polo opuesto, pero que a su vez
era completamente compatible con él. Una amistad tan simple, pero a la
vez tan unida que cuando llega el minuto de la verdad, ninguno de los
dos parece perturbarse por sus actos.
¿Qué importa si somos algo más?
Los
días tranquilos, un cielo despejado justo como en los veranos debería
ser y un joven sonriente que trota en medio de la calle. Es fin de
semana asique no debería de tener problema alguno con los autos, sobre
todo por haber elegido las calles tranquilas de su barrio, en ellas con
suerte veía a los perros callejeros que ya sólo lo miraban pasar por la
costumbre. Meses atrás se paraban de sus lugares de vagancia, levantaban
sus colas y le ladraban, en el peor de los casos lo perseguían hasta
que doblara en alguna esquina. Pero ahora ya no, para esta pecha ya
podía trotar sin alguna eventualidad que lo pusiera en peligro. Por lo
mismo mantenía un ritmo alegre y enérgico mientras tarareaba alguna
canción de su mp3.
Siguiendo esa rutina que había mantenido por
cuatro años, León, un joven estudiante universitario de veintidós años,
iba por su tercera vuelta por el barrio. Le gustaba hacer ejercicio y en
algunos casos, buscar nuevas rutas para cambiar el entorno. La música
de sus audífonos lo distraía de cualquier otro sonido externo a él
mientras dentro de su cabeza repetía el conteo del ritmo que tenía en su
andar. A pesar de ser una actitud demasiado descuidada por su parte, y
por ende peligrosa, nunca tuvo problema a la hora de cruzar la calle.
Como la frecuencia de los autos por ahí era bastante baja no tenía que
preocuparse mucho, aun así mantenía la costumbre de detenerse en cada
cruce, mirar a ambos lados mientras saltaba en el lugar y cruzaba cuando
era adecuado. Frente a todo, él siempre era precavido. Aunque este día
iba a ser la excepción.
En uno de los cruces, se detuvo como
siempre hacía, miraba a ambos lados y luego cruzaba. Lo que por los
audífonos no notó, fue al vecino que, con correa en mano (literalmente),
sacaba a su perro. Él simplemente cruzó como siempre hacía, mientras el
dueño llamaba dulcemente a su mascota para que saliera detrás de él y
se quedara sentado a su lado mientras cerraba la puerta con llave. Una
vez afuera le iba a poner la correa, por eso no estaba muy preocupado.
Ninguno se esperaba que el perro, al ver a alguien correr, fuera detrás
de él y lo derribara saltando hacia su espalda. La repentina sensación
de dos patas golpear su espalda lo asustó y desestabilizó, haciendo que
cayera sin cuidado; lo único que alcanzó a reaccionar fue girar su
cuerpo para caer en su espalda y levantar los brazos para proteger su
rostro (y cuello en caso de que el perro quisiera pelear). Con la caída,
sus audífonos quedaron en el suelo, pero aun así lo único que podía
escuchar era a sí mismo intentando ordenarle al perro para que lo dejara
tranquilo.
― ¡Nene! ¡Nene, bájate! ¡Nene! ¡Perro tonto, péscame(1) y bájate de ese tipo!
Con
esos gritos de fondo el perro terminó quitándosele de encima en un
rápido movimiento y lo siguiente que escuchó fue una disculpa. Se
enderezó levemente apoyándose en sus codos viendo a un chico sujetar por
el collar al perro que intentaba saltar de nuevo encima suyo mientras
movía la cola con mucha emoción y sacaba la lengua, jadeante.
—
Oye, ¿estás bien? ¿No te hizo nada? –preguntó preocupado extendiéndole
una mano que casi sin fijarse mucho, fue aceptada. Haciendo un poco de
fuerza, lo levantó–. De verdad que lo siento, Nene no suele saltarle así
a la gente, no alcancé a ponerle la correa. ¿No te mordió, verdad?
— ¿Ah? Ah… ¿No…? –Se revisó los brazos y el cuerpo rápidamente sacudiendo la cabeza–. No, no me hizo nada.
Sólo
después de revisar si le había roto la polera o el pantalón se fijó en
el chico que tenía enfrente. Era casi de su estatura, tal vez un tantito
más bajo, no estaba muy seguro debido a que parecía ser un poco más
enclenque. Vestía unos jeans vaqueros y un polerón holgado con el cierre
abierto luciendo una polera azul petróleo. El perro que sujetaba por el
collar era uno bastante extraño, de un pelaje similar al de un pastor
alemán, pero patas medianamente cortas, era como de unos treinta,
treintaicinco centímetros de altura, no más. El chico se inclinó hacia
su mascota y le puso la correa asegurándolo mientras lo regañaba e hacía
cariño en el lomo y cabeza. El animal no parecía muy afectado, con la
lengua afuera turnaba la mirada entre su dueño y León, casi podía verlo
sonreír tan tranquilo diciendo que no hizo nada malo, que sólo quería
saludar, nada más.
— ¿De qué raza es?
— Ah, es un quiltro(2) –respondió sin molestarse en mirarlo mientras le daba mimos a su mascota.
— ¿Un quiltro?
—
Perdón –se enderezó a mirarlo–, es un mestizo, de pastor alemán con…
algo supongo –rió rascándose el cuello–. Lo adopté en el invierno,
estaba merodeando el sector, solito. Un poco de comida y se quedó
conmigo, antes de que me diera cuenta ya estaba metido en la casa.
— Ya veo –tomó sus audífonos y se los reacomodó–. Bueno, ya me tengo que ir…
— Claro, de nuevo, lamento tanto que te haya saltado de improviso encima.
—
Descuida, no pasó nada, sólo un casi paro cardiaco –rió suavemente en
un gesto que le indicaba al otro chico que se quedara tranquilo.
—
Está bien, que tenga un buen día –correspondió la sonrisa y acomodó la
correa de modo que el perro se volviera a sentar debido a que se levantó
cuando León se preparó para continuar con su rutina de ejercicios.
Intercambiaron
las últimas palabras de despedida y cada uno se fue por su lado. El
chico con su perro a un lado y León con su música puesta. De ese
encuentro no se esperaba más, aunque por las semanas siguientes, agregó a
su recorrido como calle fija ésta en la que conoció a ese chico con el
quiltro que lo derribó. Pronto empezaría su octavo semestre y su cabeza
se llenaría del conocimiento que lo ayudaría a desarrollarse como
profesional. Este encuentro se guardaría en su memoria como "el día que un perro chico lo derribó" y lo recordaría con una sonrisa divertida.
En
cuanto se reencontró con sus amigos de la universidad a la que iba, se
puso al día de todos los chismes de quién se besuqueó(3) con quién en la
fiesta de fin del semestre pasado, quienes empezaron a salir y quienes
terminaron. Además comentaban de sus profesores, qué sabían de cada uno,
se reían de quien los había buscado en internet encontrando su Facebook
y lo fomentaban a que les contara más; entre cuento y cuento, una
compañera les habló de que, en el ramo de los miércoles en la mañana
(que daba por casualidad ser justamente al que estaban esperando que
empezara), un compañero de intercambio que venía de Argentina tomaría
algunos ramos con ellos. Las expectativas no se hicieron de rogar. Las
chicas empezaron a alucinar con cómo sería, si tal vez rubio y de ojos
claros como los que habían visto en las series o películas argentinas,
una personalidad canchera(4) y coqueta como algunas había experimentado,
y unas pocas se quejaban de la gran probabilidad que fuese un ególatra o
algo por el estilo, que tal vez sólo les hablaría de Maradona, Messi y
el Papa Francisco(5). La espera sólo las hacía imaginar todos los
estereotipos argentinos que fueran conocidos en Chile y casi que le
exigieron a los chicos que, si llegaban a saber quién era, les
informaran de inmediato y, obviamente, los presentaran.
La
animada conversación casi que se guiaba por sí misma y León decidió
abstenerse de opinar mucho, en su lugar optó por reír fuerte ante cada
loca ocurrencia de sus amigas. El tema terminó cuando el profesor del
ramo llegó e inició la clase. Las típicas presentaciones del profesor a
cargo de la clase y los ayudantes se hicieron de manera breve, también
se explicó el programa del curso y sus reglas. Una vez todo claro, el
profesor siguió con el contenido de la primera unidad que trataría ese
semestre. Nada más que decir el respecto, era sólo la nueva rutina que
mantendría León durante unos cinco meses más o menos.
Sin darle
mucha importancia, el puesto que estaba a su lado lo ocupó un estudiante
que no regularizaba su grupo de amigos y, sin mirarse, ambos tomaron
apuntes de la clase. Los asientos eran como esos pupitres de una mesita
diminuta más molesta que útil que se podía colocar para su uso o
mantener abajo. Casi todos los estudiantes se tiraban en esas sillas,
sin ser León o este estudiante la diferencia. Ambos se apoyaron contra
el respaldo y acomodaron sobre sus piernas el cuaderno, cada cierto rato
cambiando de posición y/o pierna. De reojo, León notó que este muchacho
escribía bastante, tomaba apuntes de todo lo que decía el profesor, o
al menos eso le parecía, mientras él sólo miraba hacia adelante jugando
con el lápiz entre sus dedos y anotando de vez en cuando una definición o
termino importante a su parecer. El profesor, a medida que explicaba,
se perdía por las ramas del tema, daba algunos datos curiosos y otros
comentarios sin sentido, para luego retomar el hilo. Más de una vez le
sacó unas sonrisas y carcajadas a la clase entera con sus
excentricidades. Pero entre los comentarios sin sentido que hacía empezó
a hablar de la diferencia del hombre con los animales, en un principio
poniendo un tono serio, casi solemne, y luego se fue por las ramas
hablando de cualquier tontera.
— Los animales no son inteligentes
como las personas, ellos actúan por instinto… Eso sí, los perros están
por sobre los peces. O sea, ¿cuál es la gracia del pez?, nada que nada y
nada hace, mientras que el perro aprende conductas y las usa a su
beneficio… aunque Nemo es distinto, él… –decía mientras la
clase se inundaba de carcajadas, y hablaba muy serio, pero muy
consciente de las cosas ridículas que decía.(6)
León reía a
carcajadas sin vergüenza ni pretendiendo taparse la boca, no podía creer
que su profesor tomara de ejemplo una película animada. Además de la
voz de su profesor y compañeros, escuchó con interés al estudiante que
desconocía hacer un comentario, más para sí mismo que otros en realidad,
sonriendo con una mano tapándose un poco la boca.
— Pues claro, Nemo viajó y buscó su libertad, él es un pez excepcional.
Por ese comentario León no pudo aguantarse mucho y exclamó:
— Y no olvidemos a su padre que si no fuera por él no tendríamos a Nemo como ejemplo de la clase.
— Ah, pero obvio, sin su esfuerzo ni película tendríamos y Nemo estaría muerto.
Ambos
rieron y continuaron con la clase como si nada. Más risas provocadas
por su profesor se hicieron escuchar y más comentarios surgieron entre
los dos, complementando su diversión. Al término de esta, León estuvo
atento a la lista y cuando notó a este chico responder a ella se volteó a
saludarlo. Colgando su bolso al hombro, se paró mirándolo ordenar sus
cosas y cerrar su mochila.
— No estuvo tan mala la clase, ¿no te parece?
Sonriendo el chico levantó la cabeza a responderle.
— Cierto, aunque yo me esperaba que se tomara las tres horas para hacer la presentación del ramo, no que pasara materia.
Una
vez sus ojos se conectaron, sus palabras se quedaron en el aire. El
chico que estaba sentado vestía unos jeans vaqueros azules y encima un
polerón holgado muy familiar para León.
— ¿Es mi imaginación o ya nos habíamos conocido antes? –preguntó León tomando la palabra, tanteando terreno por si acaso.
Este chico hizo un movimiento positivo con la cabeza y se levantó, acomodándose la mochila al hombro.
— A mí también me da esa impresión. ¿Tú trotas por la calle M(7), no?
— Sí. ¿Y tú paseas a un perro pastor alemán, no?
— Quiltro de, pero sí. No me digas, ¿tú eres el chico al cual Nene derribó hace unas semanas?
— ¿Nene? Ah, así se llama. Pues sí, soy yo…
Sonrió
algo avergonzado de eso rascándose la nuca. El chico lo miró con una
expresión mezclada de sorpresa y diversión, se reacomodó la mochila y
rió.
— Que extraña casualidad, no esperaba volver a verte sin mi
perro –comentó, estiró su mano con una sonrisa en el rostro–. Por
cierto, me llamo Matías.
— Yo León –aceptó su mano estrechándola.
El
gesto le había parecido algo extraño, nunca había tratado con alguien
de su edad de esa forma, pero tampoco le fue molesto. Sólo le pareció
bastante curioso y divertido. Se dieron un firme apretón de manos por
unos breves segundos y conversando salieron de la sala como el resto de
la clase. Sentados en la cafetería, León se enteró que su nuevo amigo
era argentino. Obviamente no pudo evitar exclamar:
— ¡Asique tu eres el famoso estudiante de intercambio!
La
expresión le pareció extraña a Matías, pero terminó riéndose por las
cosas que León le contaba según el chisme de sus amigas. Así fue como le
aclaró brevemente que no era un estudiante de intercambio,
sino que se había cambiado de universidad debido a que de ahora en
adelante viviría en Chile. Hablaron de la carrera, los ramos que tenían,
los profesores –León aprovechó de contarle un poco de los profesores
con los cuales ya había tenido clases para que se hiciera una idea– y
cosas más personales como su edad, cuanto tiempo estuvo Matías en
Argentina, el ejercicio de León y cuantos perros se le habían tirado
encima para empaparlo de besos(8).
Sus conversaciones fueron
gratas, en poco tiempo ya estaban haciendo equipo para los trabajos
grupales y, a pesar de sus distintas personalidades, lograban un
excelente resultado, juntos. Por lo general, León era una persona muy
alegre, llena de energía y ruidosa, si tenía ganas de saltar, lo hacía,
aunque fuera en medio de la calle; mientras que Matías era muy
tranquilo, su expresión facial no dejaba mucho espacio para leer cómo se
sentía debido a que raras veces cambiaba de su sonrisa sociable a una
que expresara lo que de verdad sentía. Obviamente, esa era una
característica con la cual León se divertía mucho ya que la cara de
Matías se hacía mucho más expresiva sólo con el profesor de las clases
de los miércoles en la mañana.
En las demás clases que compartían
Matías se encargaba de atraer su atención. León, al ser muy inquieto, no
podía mantenerse por más de media hora quieto o callado. En un
principio, Matías le decía que prestara atención al profesor y luego,
para que no lo bombardeara con preguntas, lo invitó a que levantara la
mano y le preguntara al profesor directamente. Tal vez era por eso, con
las preguntas y aclaraciones que pedía al profesor, lograban hacerse una
idea más clara de lo que debían entregar.
Se llevaban sólo dos
años de diferencia, siendo León el mayor, pero varias veces se hacía más
que evidente quien entre los dos era el más niño pequeño para actuar.
Por eso, para molestarlo un poco cada que se ponía demasiado inquieto,
Matías lo llamaba pibe y lo invitaba a los juegos infantiles de
la plaza que estaba cerca de su facultad, a cambio, León le pasaba un
palo cualquiera para "que no se caiga el tata(9)". La actitud
tan madura y tranquila del menor contrastaba con tal obviedad a la
infantil y energética de León. Parecían dos polos opuestos, muchos se
los habían dicho y ellos les daban la razón… hasta que empezaban a hacer
bromas con su sentido del humor bastante peculiar, pero que era el que
más los unía.
— Matías, ¿sacas a pasear muy a menudo a Nene?
–preguntó un día León, sujetando su cabeza contra ambas palmas de sus
manos y manteniéndola en alto por los codos apoyados sobre la mesa del
casino.
— De vez en cuando, una vez a la semana generalmente. ¿Por qué preguntas?
—
Por nada en especial –ensanchó la sonrisa que portaba en su rostro y
curioso agregó–. ¿Salen sólo a caminar o también hacen otro tipo de
ejercicio?
— ¿Es mi imaginación o estas planeando algo? –alzó la
ceja diciéndole con los ojos que ya sabía a qué iba y que, otra vez, no
le resultaría.
— ¡Vamos, Matías! Una vez, por favor, sal a trotar conmigo –pidió haciendo puchero.
— ¿Cuántas veces tengo que decirte que no? ¿Y no estás un poco grande para hacer esas caras?
— Es que yo quiero que me acompañes, aunque sea una vez. Puede ser cuando salgas a pasear con Nene, no me molesta.
— No, pibe, te he dicho varias veces que no quiero hacer salir a trotar.
— Vamos, tata, sólo una vez, te aseguro que no te matará. Hasta podrías bajar un poco esa pancita.
— ¡Pero si no estoy gordo!, no lo necesito.
—
Cierto, no estás gordo… por ahora. Si hicieras mi rutina de ejercicios
te aseguro que tendrías los abdominales tan bien marcados como yo.
León
levantó su polera mostrando su bien esculpido abdomen para mostrarle el
ejemplo, sonrojando a su amigo que saltó de su asiento para bajarle la
polera.
— ¿Cómo puedes ser tan descarado y hacer eso en cualquier
lado, sobre todo en el casino? –Murmuró bajando la mirada–. Llamas mucho
la atención…
Sin vergüenza, León miró a su alrededor notando
algunas chicas conversando entre ellas mirándolo de reojo, algunas
fingiendo una cara de póker y otras volteándose riendo tímidas. A Matías
le molestaba mucho que llamara la atención por los espectáculos que a
veces daba, sobre todo cuando el público que atraía en su mayoría era
femenino. Con un suspiro le dijo tomando su mochila.
— Está bien, te acompañaré a trotar, pero no vuelvas a hacer eso. Es molesto…
— Claro, como digas, Mati –sonrió y saltó victorioso por al fin convencerlo–. ¿Está bien que salgamos el sábado en la mañana?
— ¿No puede ser mejor el domingo? Nene está acostumbrado a salir ese día.
— Domingo será entonces, por mi ningún problema.
— Veo que estás muy animado –le comentó mirándolo molesto y saliendo del casino. León lo siguió de cerca.
—
Llevo todo el semestre intentando convencerte, ¿cómo no lo voy a estar?
–Saltó a su lado hasta que notó la mirada–. Pero oye, no te enojes
conmigo, por favor. Disculpa si te incomodé allá, tú sabes que no lo
hice con esa intención…
— Si sé, tonto, pero a veces me gustaría que recordaras el lugar dónde estás y lo que puedes hacer –suspiró.
— Sí, lo siento. ¡Ah!, pero no puedo evitarlo, cuando quiero conseguir algo tu sabes que me esfuerzo en ello.
— Que pibe más caprichoso que eres…
Ante
su comentario, León se colgó de su cuello riendo divertido y
molestándolo un poco. Terminaron de organizar su salida del domingo
quedando con que se encontrarían en la plaza más cercana a sus casas a
las ocho de la mañana con Nene, el perro de Mati, para acompañarlos.
Pero la hora del encuentro se tuvo que retrasar por un detalle muy
simple: Matías no es un buen madrugador. Casi a las nueve de la mañana
llegó al punto de encuentro bostezando y con su cabello negro corto
peinado por la almohada.
— Veo que dormiste bien –bromeó León
haciendo el intento de peinarlo sin mucho resultado–. Me pregunto qué
dirían las chicas si te vieran así.
— Tampoco es como si las fuera
a desilusionar más que cuando supieron que no era rubio y que sólo
tenía los ojos claros. Además, esto –señaló su cara y la desordenada
vestimenta deportiva– es tu culpa… Acostumbro a pasear a Nene en la
tarde. Se me olvidó que los domingos yo duermo… y mucho –bostezó
intentando peinarse también–. ¿Y, cómo lo vamos a hacer? –preguntó
haciendo el intento de estirarse para oxigenar su cuerpo y despertarse.
— Exactamente vamos a hacer eso primero –le indicó.
Le enseñó cómo hacer correctamente los estiramientos previos para empezar a trotar explicándole la importancia de cada uno.
— ¿Te sientes más despierto ahora?
— Hmmm… un poco.
— Entonces empecemos, tú sólo sígueme, ¿ya?
El
argentino asintió y trotando a su lado empezaron el recorrido. No iban
muy rápido, por lo que el perro iba tranquilo al lado de su dueño sin
tirar de la correa. León le platicaba desde cuando hace esta rutina,
porqué le gusta y otras cosas relacionadas, Matías sólo asentía
ahorrando el aliento. Inconscientemente el mayor cambió su forma de
trotar levantando más sus rodillas con cada paso llamando la atención
del perro. Nene se puso delante de él en dos patas e hizo el gesto de
apoyarse. Cambiando el ritmo León lo calmó dejándolo a un lado.
— A Nene le gustan los deportistas –rió mirando a Matías.
— Le salta a cualquier cosa en realidad, apenas tiene dos años –le dijo mirando a su perro.
— Oye, ¿no me habías dicho que no acostumbra hacerlo?
—
Bueno… Mentí, todavía es muy inquieto, pero no quiero que se meta en
problemas y que la gente le haga problemas. Por si no lo sabías, para
muchos, un perro tan inquieto como lo es Nene es peligroso y arman todo
un escándalo. Si les digo que lo hace a menudo dirán que es un peligro,
si no digo nada dirán que no controlo a mi perro y que hasta le fomento
esa actitud "agresiva", y si digo que no acostumbra a hacerlo… pues me
da tiempo para pensar cómo echarle la culpa a la persona en cuestión
–sonrió como si fuera lo más obvio del mundo.
— ¿En serio hacen eso las personas?
—
Por donde yo vivía en Argentina sí, y mucho. Por eso terminé
adoptándolo, primero sólo le dejaba un plato de comida en la calle, pero
cuando las vecinas empezaron a hablar sobre llamar a alguien para que
se lo llevara porque era "peligroso" lo metí a la casa.
— Ya veo… Espera, ¿entonces cuando te mudaste a Chile te viniste con él?
—
No podía dejarlo solo allá, tenía que traérmelo. Sólo míralo –detuvo su
trote, para arrodillarse junto a su perro y, tomándolo por el cuello
haciéndole cariño, le señaló–, ¿de verdad crees que un perro con esta
cara –el perro estaba jadeando con la lengua afuera y mirando con una
sonrisa a su dueño y a León– pueda hacerle daño a alguien?
— No,
no lo parece –rió León, también arrodillándose frente a Nene haciéndole
cariño en la cabeza–. Igual este perro me parece extraño; generalmente
yo no le caigo bien a los perros, tengo que esperar a que se acostumbren
a que soy del sector para que no me ladren o en el peor de los casos me
persigan. Tu perro no es el primero en saltarme encima, pero si el
primero en hacerlo para lamerme.
— Que extraño… Los perros
generalmente atacan a quienes no son buenas personas y tú no pareces una
de esas –comentó Matías mirándolo extrañado y luego se dirigió a su
perro haciéndole caritas–. ¿Verdad que León no parece malo? ¿Verdad que
no?
León rió a carcajadas por sus expresiones, provocando que el
otro se sonrojara y que el perro le saltara encima, aprovechando así la
mala postura en la que estaba, derribándolo.
— Lo siento, lo
siento, ya me calmo, ya me calmo –exclamaba entre risas haciéndole
cariño al perro que insistía en lamerle la cara.
La situación de
pronto pareció tan hilarante que Matías ni se molestó en quitarle el
perro de encima y también se puso a reír. Una vez que se cansaron, tomó a
su perro y caminaron de vuelta a la plaza en la cual habían empezado el
recorrido. Aún con energía León insistió en seguir haciendo ejercicio
mientras que Matías se tiraba al pasto junto a Nene para descansar.
Entre pucheros para que continuaran y negaciones, el perro pasó a manos
del hiperactivo quien se tuvo que conformar con correr con él. Recorrió
la plaza junto al perro dando un par de vueltas más hasta que se le
ocurrió una idea traviesa.
— ¡Nene, vamos por tu dueño! –le
exclamó al perro que pareció entender perfectamente sus palabras y
corrió hacia donde su dueño descansaba.
La carrera no fue muy
larga, pero sí complicada de mantener ya que el perro se entusiasmó y,
en vez de quedarse con su dueño, pasó de largo saltándolo sobre él como
si de un obstáculo se tratara y León iba a hacer lo mismo, si no fuera
porque Matías se semi–sentó al ver a su perro pasar de largo por encima
suyo. León, intentando frenar terminó por tropezarse y caer sobre su
amigo, escapándosele la correa.
— ¿Mati? –Tartamudeó– ¿Mati, estás
bien? ¿Te pegué muy fuerte? –se apoyó en sus codos mirándolo a la cara
que mostraba una expresión de dolor.
— ¿Sos boludo(10) o te hacés?
¿Cómo tan bruto? –Exclamó molesto llevándose una mano a la cara– ¡Ah!
¡Joder(11), qué bruto sos!(12)
— ¡Lo siento!, ¡lo siento!, ¡lo siento! ¡Fue un accidente, Mati! ¿Te pegué muy fuerte? ¿Dónde te pegué?
— ¡Quítate de encima, boludo! –Lo empujó y se sentó quejándose– Ah, que bruto sos, boludo…
—
Lo siento, de verdad que lo siento, Mati –hizo un puchero recibiendo
como respuesta un gruñido y esperó a que siguiera quejándose o lo
empezara a regañar, pero como nada vino por un rato, comentó–. Oye,
Mati, ¿te puedo hacer una pregunta?
— ¿Qué querés? –gruñó peinándose un poco, sin mirarlo.
—
¿Cómo es que nunca te había escuchado el acento argentino así de
marcado hasta ahora? –preguntó poniendo cara de perrito regañado, pero
curioso.
— ¿Ah?, ¿acaso nunca me habías escuchado? Es obvio que
tenga acento argentino si nací y crecí allí. No se me marca mucho porque
tanto mis padres como la mayoría de la gente con la que trataba eran
chilenos o hijos de, por eso pasa casi piola(13) mi acento –le respondió
sin ningún problema, pero aún molesto en la mirada y la voz por lo
recién sucedido.
— Ah, ya veo. No era que no me diera cuenta, es que casi no se te siente y ahora como que te salió del alma –dijo algo tímido.
— ¿Acaso quieres que te diga boludo en vez de pibe de ahora en adelante? No importa, ¿a dónde se fue Nene? –Miró alrededor y lo encontró entre los juegos infantiles– Ayúdame.
Aun
quejándose de su bruto amigo se levantó para ir a buscar a su mascota,
siendo seguido de cerca por éste. No le costó mucho tomarlo por la
correa y volver a tenerlo cerca, pero como el perro estaba muy inquieto
por el ejercicio, lo tironeó e hizo perder el equilibrio siendo ahora él
quien cayera sobre León.
— Esto parece chiste… –se quejó mirando a
su perro alejarse de nuevo y suspiró, antes de dirigir la mirada hacia
su amigo–. Como peso muerto dueles, pero como colchón eres bastante
cómodo –comentó y dejó caer su cabeza contra el pecho de su amigo,
suspirando de nuevo.
— ¿Ves que es bueno estar en forma? –rió por
su comentario. Sin darse cuenta, cuando Mati cayó encima de él,
reaccionó a sujetarlo por la cintura y todavía no lo había soltado.
— Si, veo que tiene sus ventajas, ahora eres mi colchón.
—
Oye, yo no soy un colchón. Y si hicieras más ejercicio, tú también
tendrías tan buena forma como yo y hasta no te caerías con tanta
facilidad.
— Mira quién lo dice, el que hace menos de cinco minutos se cayó encima de mí.
—
Eso es culpa de Nene y tuya. De él porque corrió muy rápido y tuya
porque te tuviste que sentar –se defendió–. Si hubieras estado haciendo
ejercicio conmigo esto no hubiera pasado –intentó reprocharle, pero su
amigo sólo se reacomodó sobre su cuerpo para verlo a la cara.
— Y
le das con la tontera. Mira, basta y sobra con un musculoso hiperactivo,
déjame ser. Yo soy el tranquilo y tú el inquieto, así estamos bien.
— Creo que tienes razón, está bien, nos quedamos así –sonrió alegre y le dio, sin pensárselo mucho, un corto beso en los labios.
— ¿Te había dicho antes que eres como un cabro chico(14)?
— Creo que sí…
— ¿Si?, entonces déjame corregirlo: eres un cabro chico.
Ambos
cerraron los ojos y se besaron lentamente, sin vergüenza, sin timidez,
sin consciencia del lugar (menos mal que no habían niños cerca sino las
señoras les habrían hecho toda una escena y charla de decencia y
moralidad). Después de ese beso, se miraron a los ojos sin pronunciar ni
una palabra, era sólo la sonrisa de León y los ojos de Matías los que
hablaban en ese momento. Volvieron a besarse, pero pronto fueron
interrumpidos por la lengua intrusa de Nene.
— ¡Ah! ¡Qué asco, Nene! –exclamó entre risas el argentino, girando la cara para que su perro no lo lamiera más.
—
¡No, Nene! Tú lo tienes todos los días para ti solito, préstamelo un
rato –rió León rodando con Mati entre sus brazos y terminando encima
suyo y volviendo a besarlo.
— ¿Cómo que quieres pedirme prestado por un rato, boludo? De mí no te libras fácilmente.
Siguieron
besándose un poco más hasta que León se cansó de los "besos" que les
daba a ambos Nene y puso sobre su espalda a Mati, jugando otro poco
hasta que los tres se cansaron. El perro ya se había calmado un poco y
hasta sentó esperando a que su dueño volviera a poner los pies en la
tierra. Al mirar la hora acordaron que ya era la hora de almorzar y se
fueron hacia la casa de Matías, quien se quejaba insistiendo que no
necesitaba que lo acompañara a su casa. Ni a León o a Matías le
molestaba asique las quejas no fueron serias y menos tomadas en cuenta y
menos a pecho.
— Al final fue más divertido de lo que esperaba –comentó Matías sacando las llaves de la casa.
— ¿Y no te cansaste mucho o sí?
— No, no me cansé mucho, pero si terminé golpeado –había cierto reproche en su voz cuando mencionó lo último.
— ¡Lo siento, fue un accidente! –exclamó como niño pequeño deteniéndose en la puerta de Matías mientras éste abría, riéndose.
— Sí, si ya sé, hace rato me quedó claro –abrió la puerta y metió primero a su perro, preparándose para despedirse.
— ¿Oye, puedo hacerte una pregunta? –lo retuvo León.
— Ya la hiciste.
— Que literal eres –volvió a usar el tono infantil y acercándose a su rostro preguntó serio–. ¿En qué quedamos ahora?
—
Si me dejas a mí la decisión yo diría… –hizo una pausa pensándolo– que
estamos saliendo, yo ya te dije que de mí no te librarías tan
fácilmente. ¿Tienes alguna objeción?
— No, ninguna –cortó la distancia y lo besó lentamente–. Entonces hasta mañana…
—
Hasta mañana –se despidió con una sonrisa y cuando ya se habían
separado un poco. Se acomodó en el marco de la puerta–. A menos que
quieras almorzar pizza…
— Si tanto insistes –rió con travesura, casi que saltando a la puerta.
— Ah, bueno, no quiero que lo hagas porque yo insista. Puedes irte, nos vemos mañana.
—
¿Ah? No seas malo conmigo, Mati, ya me invitaste y yo quiero –lo abrazó
quejándose con un puchero y entre risas terminaron entrando.
Si se detenían a pensar por un momento el nuevo estado de su relación,
ambos estaban de acuerdo con que era raro, no porque su proximidad se
sintiera extraña, (al contrario, se sentía muy bien y estaban cómodos
así), sino porque consideraban el pequeño detalle de su género y que
desde pequeños fueron educados para ser simplemente amigos con los del
mismo género y apuntar a algo más con el contrario. Aun así, no
sintieron ni un dejo de molestia con el tema y hasta se preguntaron ¿por
qué debían de dudar? ¿Qué importaba si ahora eran algo más? No perdían
nada con intentarlo y quisieron ser egoístas: No querían negarlo.
¡~Fin~!
(1)Péscame: De pescar. Tomar en cuenta a alguien o a algo.
(2)Quiltro: Perro sin raza definida.
(3)Besuqueó: De besuquear, sinónimo de besucar. Besar repetidamente.
(4)Canchera: De actitud entradora, coqueta.
(5)Personajes de nacionalidad argentina.
(6)Ese fue, más o menos, el comentario de mi profesor que ayudó a que se creara esta historia xDD
(7)No quise preocuparme en ponerle nombre a la calle, por eso será simplemente M. Aclaro por si acaso.
(8)Lengüetazos básicamente :P
(9)Tata: Padre o abuelo de alguien.
(10)Boludo: Necio, estúpido, pavo.
(11)Joder: Provocar a alguno molestias o incomodidades, en particular si con ánimo jocoso.
(12)Sos: Segunda persona singular informal (vos) del presente de indicativo de ser.
(13)Piola: Disimulado e inadvertido.
(14)Cabro chico: Ser humano de sexo masculino de corta edad, en especial el que no ha llegado a la pubertad.
PD: Si hay alguna expresión o palabra que la sientan ofensiva (cosa que nunca fue mi intención), avisenme para ver cómo la arreglo.