Mis rodillas reposaban a ambos lados de tus caderas sentándome sobre ti, mi respiración necesitaba regularizarse por el ejercicio que realizamos. Mi ropa nunca se había humedecido tanto como el día de hoy mezclada con nuestros sudores y tu sangre.
Mis manos están sucias y mi cabello alborotado, pero aún así intenté arreglarlo. Aunque usar las mismas prendas manchadas de ese rojo carmesí para limpiar mis manos no era muy eficiente y terminé esparciéndolo más y ensuciarme el rostro.
Tu mirada perdida en el techo ya no me intimida, tal vez hasta debería darme lástima, pero ni siquiera eso me causa. Estoy tranquila.
Al fin, después de todo lo que pasamos, de los momentos dulce que pasamos por ese año que estuvimos juntos y de esos meses donde intentaste quebrarme, romperme en mil pedazos y dejarme perdida, pude encontrar la calma. Desde hoy ya no te guardaré rencor, no te odiaré más, no te amaré más, no pensaré más en ti. Fuiste solamente parte de mi pasado y desde hoy dejaras de hacernos daño, desde hoy somos libres, yo viviré en paz y tu descansarás por la eternidad, ¿estamos bien, verdad?